Érase una vez que se era … en un país de los que acaban en “landia“, que empiezan por cualquier cosa y contiene en su nombre una “eñe” y en el que había un rey con edad de merecer y con hijas. Si el rey era bueno, o si tenía hijas hermosas, no es algo que se pueda afirmar a ciencia cierta. Solo sabemos que muchos hablan mal del despiadado rey chapado a la antigua. Ya sea por costumbre, ya sea por esa afición que tiene el común de los mortales, de gustar mantener una cabeza pegada al tronco la cuestión es que se pasaban los días sin pena ni gloria. Lo único que, por aquel entonces, movía pasiones en el pueblo era el resultado del partido de fútbol del domingo. Tanto es así que uno con tan solo ver las caras, y su emoción, los días lunes ya sabía lo ocurrido horas antes en el terreno de juego. Y en este país que empieza por cualquier cosa que tiene una eñe, con un rey como cualquier otro, con hijas de supuesta belleza a pesar de que, a juzgar por los retratos que nos llegan, uno no lo puede estar tan seguro … vivía un mozalbete, conquistador de cumbres, de menos de 17 años, delgado y largo a más no poder. Estas circunstancias no vienen al caso pero molan mogollón.
Era uno de tantos, una mota en la normalidad de una población, ni el más pobre, ni el más rico, afortunado por empezar su primer trabajo y arañar así sus primeras ganancias. Y del rey, de sus hijas, de los funcionarios y cortesanos, de los soldados y verdugos, de la justicia, de sus ministros y políticos, de los banqueros, de los futbolistas … no se quejaba … porque era afortunado.
Un día cualquiera, de esos en los que la gente estaba contenta porque su equipo futbolero había ganado el día anterior, se le acercó con aire misterioso su profesor y tutor. “¿Tienes un momento?“. Era la pregunta misterio, típica antesala de cualquier comunicado con alguna trascendencia superior a la normal. Resulta que tenía una propuesta indecente para ese mozalbete. Precisaba de un profesor particular para un joven tutelado que precisaba un refuerzo para hacer los deberes. Una tarea hercúlea se mire donde se mire. Pero a nuestro futuro héroe no le amedrentó tal imposible prueba a superar. Y héte aquí que se puso manos a la obra y se ganó con ello los primeros dineros de su vida.
Pronto descubrió que su aventajado alumno no era precisamente tonto. Cosa rara en la mayoría de los mortales y moradores de un reino. Sino que se trataba de un claro ejemplo de vagancia superlativa y bastante desatención por parte de sus progenitores más dados a sus tareas, o al visionado del fútbol, que a sus obligaciones. Usó lo que su lógica le dictaba. No se molestó en impartir truñacos y sesudos conocimientos. Simplemente iba a pasárselo bien. Así pues, realizando más amena la tarea con una mezcla de motivación positiva, risas y una nueva amistad consiguió lo que parecía imposible: el pupilo sacó unas notas excelentes contra todo pronóstico. Esta gilipollez fue como descubrir el tesoro del cuento.
Pero se trató de un tesoro bien real. Oro contante y sonante. La noticia corría de boca en boca por el reino. Todos hablaban que había un mozalbete que en lugar de dar clases particulares se divertía con sus alumnos. Y, para colmo, los resultados académicos de los pupilos subían como la espuma. Tanto fue así, que al pobre mozalbete no le quedaban horas en su apretada agenda. Los tratos con sus clientes eran de lo más desconcertantes. A una madre le exigió una buena media mañana regada con una refrescante Coca-Cola además de sus emolumentos. Con otra, que no sabía cómo decirle que no le quedaban ya más horas libres, accedió a dar las clases a partir de la medianoche. Esto sí, rechazó la oferta de un buen café cargado por un no menos bien ponderado helado cucurucho con tres bolas a media sesión.
También tuvo sus primeros impagados. Algún que otro le dejaba las últimas sesiones sin pagar pero a él no le importaba. Tanto es así que, aún años después, se encontró a un exalumno por la calle y le comentó lo mal que se sintió, durante mucho tiempo, que le hubiera dejado sin pagar las últimas regalías. Pero todo acabó en unas risas y con un que te vaya bien la futura vida.
Las cuentas del mozalbete eran tan privadas que no llevaba cuenta ninguna con la amenazante y poderosa Hacienda Pública. Era tan sumergida su actividad que en los descansos gustaba sumergirse por las azules y bravas aguas del mar. En sus inmersiones llegaba a pescar alguna que otra ostra, erizo y mejillón de roca que le proporcionaban un exquisito desayuno bien acompañado de sus más allegados amigos y compañeros de aventuras.
Mientras en el reino no sucedía nada digno de mención, de mejillón a mejillón la bolsa del mozalbete se iba llenando ….
To be continued ….